Me escondí adentro de una nuez
para pasar desapercibida ¡Qué mala suerte la mía! Al Cheff se le ocurrió
preparar el pesto al rato de estar yo ahí. Los comensales iban llegando; entre
ellos políticos, intelectuales, esotéricos, obispos, economistas, militares, damas de la
sociedad, espías y hackers.
El agua para cocinar los
spaghettis estaba a punto de ebullición...
Presintiendo el peligro me cambié
de lugar y me metí adentro del molinillo de pimienta negra en granos… justo en
el momento, que el cocinero introdujo en el mortero trozos de albahaca fresca,
dientes de ajo e iba por las nueces.
Los comensales, sentados a la
mesa del restaurant, saboreaban platillos de la casa y bebían aperitivos, en
una cómplice conversación, intercambiando miradas codificadas, como si
estuvieran jugando al truco. Yo sabía que algo estaban cocinando.
Me acordé que el pesto lleva
pimienta negra molida; antes que el Cheff manoteara el molinillo me escondí
adentro de un huevo, era el lugar más seguro en esos momentos.
Por estar adentro del huevo no
podía oír bien lo que hablaban los comensales, y por estirarme a escuchar,
quedé en el borde de la mesada… ahí, a punto de caerme; me quedé quietita…
quietita; casi me estaba durmiendo hasta que me llegó de la gente esa, una
especie de viento, con todos puntitos negros que se pegaron a la cáscara del
huevo… ¡Me asusté! El cocinero me vio y me tiró a la basura. El huevo se rompió,
salí del tacho como pude sin que me toque un solo puntito negro.
En la vereda del restaurant, había
una estatua viviente que representaba a la mujer de la justicia, con una
báscula dorada en su mano derecha. Como a mí me gustan los dorados, me acomodé
en uno de los platillos, mirando a la paloma blanca que la estatua tenía en el
hombro… me guiñó un ojo y yo también.
Elsa Gillari
Copyright
No hay comentarios:
Publicar un comentario