Fotografía con tratamiento digital
Te aseguro que los vi – le dije.
Estaban allí, tres árboles cubiertos de una luz azul que los diferenciaba del resto en el bosque; apartados en un espacio con hierbas, como en un escenario actuando la perenne postura de un árbol. Los otros eran neutros, sombríos. No era noche ni día tampoco atardecer ni amanecer. Extraño muy extraño. Los vi como un flash que traté de retener y la luz azul me habló sin voz. Me envió una emisión transmisora que aún trato de entender su lenguaje codificado.
Sentada a mi lado escuchaba mi monólogo contando los botones de su camisa descubriendo que faltaba uno – me lo dijo- y también que me callara, no le hice caso, seguí hablando
-¡Devolveme mi botón!
-Yo no lo tengo.
Una habitación en penumbras penetrando una luz desde una ventana luminosa. Debajo de ella un piso de madera terminando en tres escalones. Junto a la ventana un maniquí de sastre desnudo. Tres maniquíes tirados en el piso, sufriendo aunque digan que los maniquíes no sufren. Me dijo que debía pintar esa escena. Le pregunté qué título le pondría a la obra. Cuando lo pintes lo sabrás- dijo.
-¿Ya lo pintaste?
-Sí.
-¿Qué título le pusiste?
-La muerte.
¡Devolveme mi botón te dije!
-No lo tengo.
-Buscalo. No me interesa escucharte.
-No me escuches.
-Me quedé sin poesía, duele mucho este vacío de palabras…
-¿Por qué llorás ahora ?
-Por angustia…
-Ah…
-Dicen que no saben cuando me darán de alta y no quiero estar más aquí
-Yo si quiero, aquí se está tranquilo estamos protegidos del mundo.
-Esto es el mundo.
-Pintaré árboles con luz azul…no quiero escuchar tu mentira, el mundo está afuera.
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Se apagaron las luces de las sórdidas salas. En el silencio de la noche se oían llantos y una voz triste que recitaba un poema a unos árboles pintados con luz azul.
©Elsa Gillari